miércoles, 27 de junio de 2012

Viajando por USA

Hace más de una semana tuve que viajar hacia Chicago para participar en un campamento juvenil de monitor. Realmente me seducía mucho visitar la ciudad de los gángster... Pero mi historia del viaje no empieza en dicha ciudad, sino en Miami. Desperté de madrugada para llegar al aeropuerto, al cual me llevaba mi tío. Ultimamos los últimos detalles del viaje de camino, mientras el sol empezaba a dejar su calor sobre las casas del sueño americano. Una vez llegué al aeropuerto, a las 8 de la mañana, tenía 6 horas de espera por delante para llegar a Charlotte y después enlazar con la deseada Chicago. Al ver el tiempo que disponía, me dispuse a leer, escribir y pensar sobre todo un poco y, a eso de las 12 embarqué mi equipaje y fui directo a pasar el control antimetales, o como se llame. Y ahí empezó mi odisea. Para empezar no me dejaban pasar porque en el billete de avión no ponía mi nombre sino mi apellido. Tuve que ir a cambiarlo, pero la dependienta escribió a bolígrafo mi nombre y se quedó tan pancha. Total que tuve que volver a realizar el control de pasaporte y, como era de esperar, no me lo aceptaron. Así que me mandaron pasar por los antimetales y, en vez de dejarme pasar, me chequearon. Así de claro. Y después comprobaron mi ADN con el de la mochila para comprobar mi pertenencia. Jamás me había pasado y espero que jamás me vuelva a ocurrir. A todo esto el viaje fue como la seda. Pero casualidades de la vida, me dijeron que otro monitor iba en el mismo avión que yo hacia Chicago. De esta manera, me dispuse a observar, algo que me encanta, y a realizar quinielas sobre quién podría ser mi futuro compañero. Para mi sorpresa, encontré a una de mis "apuestas" a la derecha de mi sitio y, sí, ése era mi futuro compañero aunque sólo lo sabría al final del vuelo. Por lo demás, el campamento en Indisna fue increíble, y Chicago, apasionante, pero esa es otra historia...

lunes, 11 de junio de 2012

Aventura en la autopista

Después de haber pasado el famoso "jet lag" y de acostumbrarme más o menos a este cálido clima, las cosas se ven diferentes. Ya estoy familiarizado con las autopistas y con el Ford que conduzco. El paisaje es increíble, vayas por donde vayas, hay una campiña verde esperando ser contemplada. El otro día, volviendo de trabajar, me topé con la famosa "rush hour" que todo americano está acostumbrado. Pero yo no. Y para colmo, empezó a llover. No eran precisamente cuatro gotas, pues cuando llueve, le pega fuerte un cuarto de hora y, después de dejar la carretera bien mojada, para y sale un sol increíble con una humedad que sería bienvenida en cualquier país nórdico. Mi primer problema fue que no sabía cómo poner el parabrisas. Llevaba una velocidad de unos 100 kilómetros por hora y no podía poner el parabrisas en marcha. Después de pelearme con mi querido Ford, lo conseguí. Pero el problema vino después, ya que al estar parado o casi parado, el aire acondicionado del coche no funciona, lo cual me presentó un panorama crudo: parado en una autopista, con un atasco de media hora vista, con el parabrisas que no funcionaba bien, con las ventanas subidas porque sino me mojaba y sin aire acondicionado. Conclusión: estaba en mi coche, muerto de calor, con una lluvia tremenda fuera y con más de una hora de tedioso viaje por delante antes de llegar a mi casa. Pero uno aprende en USA que tienes que dar la vuelta a cada situación. Hay que ser optimista. Para ellos, cualquier incoveniente no se presenta como un problema, sino como una oportunidad para mejorar y encontrar una solución. Esta forma de pensar debería implantarse en España... Si así fuera, dudo mucho que estuviéramos en crisis. De esta manera, no sé por qué, pero se me presentó una oportunidad única para poder pensar y reflexionar en todo aquello en lo que me había pasado durante mi estancia en USA. Y esa fue la lección que aprendí ese día, sé positivo en las pequeñas adversidades y lo serás también en las grandes.

jueves, 7 de junio de 2012

Aterrizaje en el Nuevo Mundo

Resulta curioso como ocurren los sucesos de la vida. Estás tan tranquilo y de repente todo cambia. En un abrir y cerrar de ojos cruzas el charco y te plantas en Miami. Una ciudad que se hace notar por su humedad, por sus paisanos (unos american life total y otros cubanitos ya tu sabeh) y por ser parte de un gran país, Estados Unidos. Ahí todo es a lo grande, como diría un auténtico yankee. Y no les falta razón. Autopista interminables, coches que parecen tanquetas y un sin fin de grandes magnitudes. Lo que me más sorprende es el nivel de independencia y de confianza en ellos mismos. Antes de coger el vuelo, no sabía dónde dormiría, qué haría, ni siquiera el mínimo detalle de en qué invertiría un tiempo que me parecía excesivo pero ahora veo que me faltará. Y tiene un por qué. Solo coger el avión, mi compañero me puso hacer un planing. Ahora tengo un techo compartido con un buen chico que solo dice "feel free", un coche propio que funciona a las mil maravillas y unas autopistas titánicas para recorrer junto a mi radio, mis sueños y mis ideales.