sábado, 25 de agosto de 2012

Experiencia universitaria en UF

Después de 5 horas de viaje llegué con el pendejo de José al pueblo llamado Gainsville, donde se ubica la universidad de Florida. Durante el viaje, el paisaje era bastante común en todos los tramos: llanura cenagosa bañada por un torrencial de agua que nos acompañó en varias secuencia durante el trayecto. Nada más llegar, compramos unas cervezas y las degustamos sentados en el apartamento, simplemente amueblado, con los típicos defectos de los pisos universitarios, no sé si me explico. Al día siguiente, visitamos el campus universitario. Gigante. Enorme. Increíble. Y mil adjetivos calificativos más. Personas de diferentes razas paseando, grupos estirados en la hierba a la sombra de algún árbol, bicis y monopatines por doquier, risas y un murmullo continuo que refleja el ambiente universitario americano. Como en las películas, están los populares miembros del equipo de fútbol americano, deporte magno, que pasean a paso lento siendo idolatrados. Puedes encontrar los intelectuales debatiendo sobre cualquier argucia, mujeres cotilleando, grupos guitarra en mano cantando y alabando a Dios. También puedes toparte con el clan de los bikers o de los skaters, y, si eres afortunado, el de los raperos combatiendo con sus rimas en medio de la calle. Deambulan por las calles del campus los diversos miembros de los clubs, tanto de arte dramático, de aeronáutica solidaria y de cocina afroamericana, por poner algún ejemplo de los cientos de clubs. Otra especie que abunda es la del estudiante solitario. Se ve mucha gente que anda sola, cosa que no me opongo, pero que a veces da lástima al ver la cantidad de gente que hay y no han sido capaces o no quieren tener amigos.
La universidad consta de 50.000 estudiantes. Lo que lees, amigo. Una de cuatro personas que te cruzas en la ciudad es universitaria.Por ello, no es de extrañar que la propia institución tenga bajo su mando un equipo de policía y de limpieza, agentes de circulación, además de agentes de seguridad. El campus es una pequeña ciudad, con sus normas y leyendas.
Y donde vive toda esta maranbunta, os preguntareis. Pues en edificios, residencias y apartamentos, todo tipo de alojamiento es bienvenido. Pero lo que más me ha llamado la atención son las "fraternities" y las "surorities". Éstas son unas casas masculinas y femeninas con tradición en EE.UU. donde habitan sin control alguno los alumnos y donde se establecen lazos y contactos de por vida. Más allá de ser unas instituciones de reputación, donde eres tratado como hermano o hermana pero primero tienes que superar 6 meses de prueba, haciendo todo lo que te mandan, todo. Pruebas tan absurdas para las mujeres como andar por el campus vestidas de gala prácticamente todos los días con sombreros que rayan la estupidez o no poder salir con alguien en el periodo de prueba. Para los hombres, la cosa se complica, pues cada hermano debe tener cerveza en su cuarto y satisfacer su apetito con cada aspirante a la "frat", y, depende de cual, los chavales son tratados muy duramente.
Esta no es una universidad cualquiera. Aquí estudió el jugador de fútbol americano Tim Tebow, héroe e ídolo aquí, conocido como el jugador milagro. También el medallista Ryan Locke pasó por este campus, donde dicen, todavía se entrena. Curioso es que el invento del Gatorade fue realizado en un proyecto de investigación en UF (Universidad de Florida). Falta decir que la mascota de UF es un cocodrilo, un "gator", de ahí el nombre de la bebida energética, donde en todo el campus solo se ofrece bebidas de la marca Pepsi al consumidor. Sorprendente es que aquí todos van a muerte con su universidad, la apoyan y defienden a capa y espada, para ellos no hay otra mejor. Están orgullosos de sus colores, sienten con pasión su bandera, se ven camisetas, polos y sudaderas "gator" allá donde vas. Los partidos de fútbol se llenan, la gente disfruta, anima y se desvive por su equipo. Deberíamos aprender de esa mentalidad en España.
Como veis, la vida aquí tiene mucho jugo. No sé cuanto tiempo me quedaré, porque se vive bastante bien, pero nunca olvidaré esta experiencia, la experiencia de sentirme como un universitario americano, un "gator" en la llanura de la Florida, orgulloso de mi universidad, mis colores y mi bandera. 
Go gators, go!!

domingo, 19 de agosto de 2012

Un encuentro con la ley


Recorren millas en sus distinguidos coches, no se dejan intimidar por nada ni por nadie, hacen honor a su uniforme, representan a su país. Ellos son los agentes de la ley. Como en las películas, aparecen de forma educada pero imponiendo respeto con unas gafas que ciegan la vista a aquellos que les desafían con la mirada. Desenfundan con estilo sus pistolas si algún villano les sale al paso. Aman su trabajo, disfrutan de prestar un servicio a la comunidad. 
Describo a la policía porque tuve una experiencia ellos. Hay que añadir dos factores para comprender mi preocupación. El primero es que me pusieron una multa por bloquear una intersección. Dolió. Dolió mucho, sobretodo a mi cartera. El segundo es que tengo la licencia internacional, lo que en principio no hay problema para circular, pero mis compañeros de la construcción me dijeron que los federales se estaban poniendo quisquillosos en Miami respecto a ese tipo de licencias. Estos dos factores alimentaron un temor ante un posible encuentro con la ley, un temor que amanecía cada vez que a mi coche me subía. El caso es que después de aventurarme en la hermosa Miami Beach en busca de Japy (quien ya se ha vuelto a España, a seguir haciendo de las suyas) me cruzo con un coche de policía.  Acostumbrado a verlos circular, no me inquieto y prosigo mi marcha hacia el lugar donde había quedado. Pasó menos de un minuto cuando llegué a mi destino. Me disponía a abandonar mi caluroso asiento cuando noto algo extraño detrás de mi coche: unas extravagantes luces destellaban y cegaban los alrededores. El coche de policía que me había cruzado estaba detrás de mí. Un escalofrío recorrió mi espalda. Realicé un repaso rápido por si había cometido alguna infracción (algún Stop maldito, un ceda u otra dichosa intersección...). El recuerdo de la multa asaltó mi mente y los fantasmas de mis compañeros sobre la licencia empezaron a hacer sudar mi cuerpo. El agente esperó unos segundos a salir del coche que parecieron horas. Cuando se decidió, bajó del auto, se ajustó el pantalón haciendo relucir su pistola y se acercó con determinación, con unas gafas de aviador que me intimidaron.
Me permite ver su licencia?- preguntó con tono seco
Sí, claro - respondí con voz temblorosa mientras le entregaba el permiso rezando a todos los santos
Es suyo el coche? - volvió a preguntar imponiendo aún más respeto
No... De un amigo - fue mi respuesta cuando dos bolas se agolparon en mi garganta
Enséñeme los papeles - ordenó con la actitud de alguien que está acostumbrado a que le obedezcan
Le entregué los papeles y se alejó a la parte trasera de mi coche y después de eso me devolvió los documentos. 
Muy bien, puede marcharse - resolvió mientras se daba la vuelta para regresar a su trabajo
Cómo? Cual es el problema? - pregunté inquietado después de que me dejara marchar sin más cuando había pasado unos angustiosos momentos y la incomprensión llegó junto a una paz que alivió mi persona 
Nada, que su amigo tiene la licencia expirada, usted está bien, hasta la vista, amigo.
Y diciendo esto desapareció por las tranquilas calles de Miami Beach. Cuando se fue, no pude evitar reírme y pensar en la experiencia que había tenido. Solo podía dar gracias a Dios de seguir ahí sin tener que volver a casa con una multa o realizar una llamada desde una comisaría o cualquier cosa que os podáis imaginar. Contento como estaba, no pude más que pasar una buena tarde. Tras unos días de duro trabajo, dedico este post al "cup" que me hizo sentir el miedo, el miedo de sentirme como en una película americana. 

domingo, 12 de agosto de 2012

El retorno del paleta


Vuelvo a ser paleta. Vuelvo a madrugar, a conducir sus millas. Vuelvo a buscar el lugar correcto para aparcar por las mañanas en Miami Beach. Vuelvo a ver al cowboy, vuelvo a reírme con él. Vuelvo a entrar en el piso donde solía convivir con el polvo y la suciedad. Vuelvo a sentirme paleta. Y también, vuelvo a pintar la casa. Sí, otra vez. Resulta que el cliente no estaba satisfecho con la textura de las paredes, así que tuve que lijarlas todas ellas, para después volverlas a pintar, pero eso es otro capítulo. Dos días cara a la pared, dos días dejando los muros de las habitaciones tan suaves como la piel de un niño, dos días del típico cansancio al volver a la rutina. 
Pero también tengo mis momentos de entretenimiento. El viernes, después de comerme un desayuno kingsize y de estar trabajando unas buenas horas, sobre las 4pm, me llama mi colega José y me comenta que si salimos de fiesta. Yo, extenuado y rallado como el queso que estaba, le dije que no (maldiciendo mi existencia), que al día siguiente trabajaba y que aún me queda algo de responsabilidad. Cuelga y me vuelve a llamar. Me propone que vaya a jugar a futbito en una cancha cerrada con verdaderos maestros del deporte. No me lo pienso y acepto. A todo esto, Japy contacta conmigo y me propone hacer algo, que se aburre y que los látigos de la soledad martillean su conciencia. Después de pensar en algo, nos espabilamos y compramos unas papas, helado sabor USA y una Coke de vidrio. Cuando nos subimos al coche, decidimos ir a reposar a su hostal, pero, en el camino, nos topamos con una bella puesta de sol. "Tú, tú, vamos ahí ya!" exclama mi colega. Dicho y hecho. Nos plantamos ahí, al borde de un viejo muelle, viendo como el sol cae por detrás de los rascacielos del concurrido Downtown. Los reflejos de los últimos rayos de sol iluminan nuestra rostros y disfrutamos del momento. Un ambiente de gloria invade nuestros cuerpos. Aquella sensación de satisfacción al comprobar que hemos triunfado, que somos los amos. Muy de película, muy americano. Lo que se puede llegar a disfrutar con tan poco: unas bebidas y la naturaleza. 
Después de tan hermosa puesta de sol, dejo a Japy en su hostal y me dirijo a dar unos toques al cuero. Son las 8.45pm cuando empezamos. Había nivel, hay que decirlo, pero el jugar en un sitio cerrado en Miami, donde la humedad mata, implica cansancio para un europeo como yo. Acabamos a las 10.45pm. Por primera vez en vida me quité la camiseta de mi Valldu y, cuando la apreté, cayeron una cascada de gotas sudorosas al suelo. Estaba literalmente empapado. Salgo de la cancha y empieza a caer una cosa del cielo que no se puede llamar lluvia: era un fenómeno natural parecido a un huracán que se había aliado con un tornado mojado, que deja huella donde pasa. Alcanzo el coche y me cambio la camiseta, me quito el mojado pantalón y me pongo una camiseta encima. No veo nada. El agua envuelve mi coche y el parabrisas actúa en vano. Pongo el coche en marcha, los cristales se empañan a causa del calor, el aire acondicionado no funciona, sigo sin ver nada menos agua. A duras penas alcanzo la autopista, mientras navego entre olas de agua por las carreteras, pues mi coche por momentos se realentiza al estar inmerso en charcos torrenciales. Me quedan 30 minutos de viaje. De repente noto algo en la pierna que hace tiempo que me molesta. Maldigo a todos los dioses, lamento con rabia el dolor. Sí, te han cazado y te has enfriado y duele, pienso para mí, espero que no sea nada grave. Con el dolor, el sudor, el mal olor y el cansancio llego a casa. Al salir del coche la lluvia me acaba de empapar. Sin más llego, me meto en la ducha, como algo rápido y me tiro en la cama con una bolsa de guisantes congelada atada en al pierna, pensando que mañana tengo que madrugar. No me duermo hasta pasado un tiempo. La pierna me duele, siento punzadas en el gemelo. Medito en todo lo que hecho hoy para así evitar pensar en la pierna. Pero ya no me molesta pues caigo en un profundo sueño...

domingo, 5 de agosto de 2012

Tardes de playa

Siempre está ahí. Siempre estará ahí. En la soledad o en diversa compañía, ella siempre está ahí. Te recibe con una brisa marina, brisa salada que te llena los pulmones de la pureza de la naturaleza. Respiras hondo, pues quieres que llenarte de la paz que reina. Tus ojos descansan al poner la mirada en el horizonte que se funde con el cielo. Te descalzas y tus pies notan la ardiente arena que se mezcla entre los dedos de tus pies. Una vez te aventuras en la arena, dejas atrás tus preocupaciones, tu trabajo y tus malestares donde deben estar: entre los muros urbanos e intoxicados por la tediosa rutina. Ahora, has llegado a un oasis, tu oasis. Dejas tu toalla en el suelo. Te quitas la camiseta y bañas tu cuerpo con la crema solar para que no haya secuelas en tu piel. Sin más dilación, te diriges con parsimonia hacia el agua. Lo haces contemplando las diversas tonalidades de azules, verdes, turquesas y los diversos colores sin nombre. El rugido del mar es leve. Se cuela con timidez en tus oídos. No hay casi olas. No hay casi movimiento, el suficiente para notar la vida, para notar la tranquilidad. Posas tus pies para comprobar el estado del agua: húmeda y mojada, tibia en su finalidad. Te agrada y te sonríes, y te adentras en el mar. La mitad de tu cuerpo lo cubre el agua, la otra mitad la cubre el viento. Caminas y caminas, pues la profundidad es regular, y te vas alejando de tus pertenencias. Poco a poco la temperatura baja, el agua está más fría. Decides darte un chapuzón y todo cuerpo experimenta la frescura del gran azul. Buceas unos instantes, nadas unos minutos y vuelves a la playa. Sales del mar desestabilizado por unas pequeñas piedras que se clavan en tus pies, pero alcanzas tu toalla y reposas en ella mientras oteas el horizontes. El sol baña tu cuerpo al compás del tiempo. Unos niños juegan a lo lejos, unas mujeres dan su paseo o leen sus revistas, los hombres lucen esculturales cuerpos. Y tú, lleno de la tranquilidad del lugar, sigues con la mirada perdida que se posa en una gaviota que vuela. Vuela sin rumbo fijo, vuela en libertad. Es en ese momento cuando te pones filosofo y das cuerda a tus pensamientos. Reflexionas, piensas. Lo haces cara al sol, cara al mar, dejando atrás la ciudad en sus quehaceres. Pasa el tiempo y con ello llega la hora de marcharse, de volver a la realidad, pero cuando llega, tu persona destella calma, paz. Aquella que necesitamos cuando cogemos el coche para ir al trabajo, aquella que se necesita para respirar, para vivir, para
disfrutar. Y, cuando coges el coche, no pones la radio pues aún estás embriagado por tus sueños 
filosóficos, dejas atrás tu descanso, dejas atrás a tu amante, la dejas con la soledad por compañera, 
pero con la esperanza como hermana, como aquella que hay al saber que algún día, sí, algún día, 
algún día cuando seas viejo y no puedas andar, algún día, dentro de mucho tiempo, la verás.