Vuelvo a ser paleta. Vuelvo a madrugar, a conducir sus millas. Vuelvo a buscar el lugar correcto para aparcar por las mañanas en Miami Beach. Vuelvo a ver al cowboy, vuelvo a reírme con él. Vuelvo a entrar en el piso donde solía convivir con el polvo y la suciedad. Vuelvo a sentirme paleta. Y también, vuelvo a pintar la casa. Sí, otra vez. Resulta que el cliente no estaba satisfecho con la textura de las paredes, así que tuve que lijarlas todas ellas, para después volverlas a pintar, pero eso es otro capítulo. Dos días cara a la pared, dos días dejando los muros de las habitaciones tan suaves como la piel de un niño, dos días del típico cansancio al volver a la rutina.
Pero también tengo mis momentos de entretenimiento. El viernes, después de comerme un desayuno kingsize y de estar trabajando unas buenas horas, sobre las 4pm, me llama mi colega José y me comenta que si salimos de fiesta. Yo, extenuado y rallado como el queso que estaba, le dije que no (maldiciendo mi existencia), que al día siguiente trabajaba y que aún me queda algo de responsabilidad. Cuelga y me vuelve a llamar. Me propone que vaya a jugar a futbito en una cancha cerrada con verdaderos maestros del deporte. No me lo pienso y acepto. A todo esto, Japy contacta conmigo y me propone hacer algo, que se aburre y que los látigos de la soledad martillean su conciencia. Después de pensar en algo, nos espabilamos y compramos unas papas, helado sabor USA y una Coke de vidrio. Cuando nos subimos al coche, decidimos ir a reposar a su hostal, pero, en el camino, nos topamos con una bella puesta de sol. "Tú, tú, vamos ahí ya!" exclama mi colega. Dicho y hecho. Nos plantamos ahí, al borde de un viejo muelle, viendo como el sol cae por detrás de los rascacielos del concurrido Downtown. Los reflejos de los últimos rayos de sol iluminan nuestra rostros y disfrutamos del momento. Un ambiente de gloria invade nuestros cuerpos. Aquella sensación de satisfacción al comprobar que hemos triunfado, que somos los amos. Muy de película, muy americano. Lo que se puede llegar a disfrutar con tan poco: unas bebidas y la naturaleza.
Después de tan hermosa puesta de sol, dejo a Japy en su hostal y me dirijo a dar unos toques al cuero. Son las 8.45pm cuando empezamos. Había nivel, hay que decirlo, pero el jugar en un sitio cerrado en Miami, donde la humedad mata, implica cansancio para un europeo como yo. Acabamos a las 10.45pm. Por primera vez en vida me quité la camiseta de mi Valldu y, cuando la apreté, cayeron una cascada de gotas sudorosas al suelo. Estaba literalmente empapado. Salgo de la cancha y empieza a caer una cosa del cielo que no se puede llamar lluvia: era un fenómeno natural parecido a un huracán que se había aliado con un tornado mojado, que deja huella donde pasa. Alcanzo el coche y me cambio la camiseta, me quito el mojado pantalón y me pongo una camiseta encima. No veo nada. El agua envuelve mi coche y el parabrisas actúa en vano. Pongo el coche en marcha, los cristales se empañan a causa del calor, el aire acondicionado no funciona, sigo sin ver nada menos agua. A duras penas alcanzo la autopista, mientras navego entre olas de agua por las carreteras, pues mi coche por momentos se realentiza al estar inmerso en charcos torrenciales. Me quedan 30 minutos de viaje. De repente noto algo en la pierna que hace tiempo que me molesta. Maldigo a todos los dioses, lamento con rabia el dolor. Sí, te han cazado y te has enfriado y duele, pienso para mí, espero que no sea nada grave. Con el dolor, el sudor, el mal olor y el cansancio llego a casa. Al salir del coche la lluvia me acaba de empapar. Sin más llego, me meto en la ducha, como algo rápido y me tiro en la cama con una bolsa de guisantes congelada atada en al pierna, pensando que mañana tengo que madrugar. No me duermo hasta pasado un tiempo. La pierna me duele, siento punzadas en el gemelo. Medito en todo lo que hecho hoy para así evitar pensar en la pierna. Pero ya no me molesta pues caigo en un profundo sueño...
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