Recorren millas en sus distinguidos coches, no se dejan intimidar por nada ni por nadie, hacen honor a su uniforme, representan a su país. Ellos son los agentes de la ley. Como en las películas, aparecen de forma educada pero imponiendo respeto con unas gafas que ciegan la vista a aquellos que les desafían con la mirada. Desenfundan con estilo sus pistolas si algún villano les sale al paso. Aman su trabajo, disfrutan de prestar un servicio a la comunidad.
Describo a la policía porque tuve una experiencia ellos. Hay que añadir dos factores para comprender mi preocupación. El primero es que me pusieron una multa por bloquear una intersección. Dolió. Dolió mucho, sobretodo a mi cartera. El segundo es que tengo la licencia internacional, lo que en principio no hay problema para circular, pero mis compañeros de la construcción me dijeron que los federales se estaban poniendo quisquillosos en Miami respecto a ese tipo de licencias. Estos dos factores alimentaron un temor ante un posible encuentro con la ley, un temor que amanecía cada vez que a mi coche me subía. El caso es que después de aventurarme en la hermosa Miami Beach en busca de Japy (quien ya se ha vuelto a España, a seguir haciendo de las suyas) me cruzo con un coche de policía. Acostumbrado a verlos circular, no me inquieto y prosigo mi marcha hacia el lugar donde había quedado. Pasó menos de un minuto cuando llegué a mi destino. Me disponía a abandonar mi caluroso asiento cuando noto algo extraño detrás de mi coche: unas extravagantes luces destellaban y cegaban los alrededores. El coche de policía que me había cruzado estaba detrás de mí. Un escalofrío recorrió mi espalda. Realicé un repaso rápido por si había cometido alguna infracción (algún Stop maldito, un ceda u otra dichosa intersección...). El recuerdo de la multa asaltó mi mente y los fantasmas de mis compañeros sobre la licencia empezaron a hacer sudar mi cuerpo. El agente esperó unos segundos a salir del coche que parecieron horas. Cuando se decidió, bajó del auto, se ajustó el pantalón haciendo relucir su pistola y se acercó con determinación, con unas gafas de aviador que me intimidaron.
Me permite ver su licencia?- preguntó con tono seco
Sí, claro - respondí con voz temblorosa mientras le entregaba el permiso rezando a todos los santos
Es suyo el coche? - volvió a preguntar imponiendo aún más respeto
No... De un amigo - fue mi respuesta cuando dos bolas se agolparon en mi garganta
Enséñeme los papeles - ordenó con la actitud de alguien que está acostumbrado a que le obedezcan
Le entregué los papeles y se alejó a la parte trasera de mi coche y después de eso me devolvió los documentos.
Muy bien, puede marcharse - resolvió mientras se daba la vuelta para regresar a su trabajo
Cómo? Cual es el problema? - pregunté inquietado después de que me dejara marchar sin más cuando había pasado unos angustiosos momentos y la incomprensión llegó junto a una paz que alivió mi persona
Nada, que su amigo tiene la licencia expirada, usted está bien, hasta la vista, amigo.
Y diciendo esto desapareció por las tranquilas calles de Miami Beach. Cuando se fue, no pude evitar reírme y pensar en la experiencia que había tenido. Solo podía dar gracias a Dios de seguir ahí sin tener que volver a casa con una multa o realizar una llamada desde una comisaría o cualquier cosa que os podáis imaginar. Contento como estaba, no pude más que pasar una buena tarde. Tras unos días de duro trabajo, dedico este post al "cup" que me hizo sentir el miedo, el miedo de sentirme como en una película americana.
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