viernes, 27 de julio de 2012

Noches de verano

Después de la rutina del trabajo, de cansar a tus ojos con pantallas electrónicas y de estar sentado durante una jornada laboral, llega la noche. Llega con parsimonia, sin prisa, como un susurro, como el fugaz destello que trae la ligera brisa nocturna al acostar al sol. Las personas vuelven a sus hogares después de otro día de trabajo. Las highways muestran su plenitud y esplendor al compás de la circulación de los autos con distintos destinos. Pero no todos se dirigen a reposar en sus casas. Gentes de todas las edades se dirigen hacia la zona más ociosa y concurrida de Miami al anochecer: Miami Beach.
Miami Beach está ubicada al este del famoso Downtown, cuyas calles durante el día están abarrotadas e inundadas de empresarios con prisa y funcionarios de corbata, pero que por las noches languidecen en el olvido y dejan todo el protagonismo a su hermana pequeña, Miami Beach. Al entrar en la isla, después de cruzar uno de sus puentes, uno es inducido a una ciudad distinta: casas millonarias frente a tiendas baratas, McDonalds desafiando a restaurantes de lujo, chiringuitos playeros retan a los bares costeros. Dualidades por doquier. Famosos lucen coches de alta gama, ciudadanos se hacen notar por el estruendoso sonido de sus buffles; turistas derrochan dinero en las terrazas más cotizadas, mendigos claman limosna y compasión en las esquinas. 
Toda la atención reside en la calle magna por excelencia de la isla, donde se concentra toda la actividad ociosa, donde se respiran habanos y se beben las más exóticas bebidas, Lincoln Road. Parecida a las Ramblas de Barcelona, unos realizan su paseo familiar nocturno después de cenar, otros prefieren buscar el bar ideal para tomar unas copas, aventurarse en alguna terraza en busca de conversación o dejarse guiar por la música del local. La playa abre sus brazos a todo aquel que busque paz en medio del barullo. Infinitud de personas desfilan por esa calle: cubanos guitarra en mano haciendo resaltar su voz por encima del sonido ambiente, familias extranjeras helado en mano, jóvenes que persiguen problemas, locura y diversión; mujeres en busca de dinero fácil, homeless que amanecen buscando su propia identidad, carteristas que muestran sus habilidades y alegres estatuas humanas que en todo su conjunto dan ese ambiente característico de Miami. El negocio está servido en esa calle, donde el dinero empapa los locales y lleva a sus inversores a parar el tiempo por unas horas, a tomarse un respiro de la aburrida rutina, a soñar con ese momento el resto de la semana. Mientras, otros, con menos poder adquisitivo, decidimos buscar un lugar apartado del gentío, una casa en el camino, un sitio donde degustar un magnífico ron mientras disfrutas del agua templada de la piscina, una buena compañía y un clima que hace que no quieras ver amanecer, pero que inevitablemente debe llegar y te hace tomar la dura decisión de volver a casa, ya que, mañana, hay que trabajar.

viernes, 20 de julio de 2012

Unas calorías como amigas

Después de llevar aquí cierto tiempo,uno se acostumbra a actuar, reflexionar y pensar como un americano. Sobretodo el pensar. En este país, como en muchos otros, no todo son flores y caviar, pues también tienen defectos. No quiero ofender a nadie, pero la obesidad es un problema determinante en este país. La publicidad expuesta sobre este problema a los ojos del habitante de la tierra americana es de una gran magnitud. Es tan grande, que vayas donde vayas te topas con un cartel que se asienta en tu subconsciente y que se activa cada vez que un alimento a la boca te llevas: en las highways hay multitud de esos anuncios; en la televisión, amansalva; en la radio no paran de sonar dichos anuncios entre los grandes éxitos nacionales; en los comentarios del pueblo... Y así una infinidad de mensajes que van directos a tu cerebro. Eso lleva a uno a la locura terminal, a exponer sus pensamientos a un continuo examen, a un desgaste mental, a un trauma existencial cada vez que uno pisa un lugar calórico, a un agotamiento cerebral sobre ese factor que exprime las neuronas en busca de una dieta equilibrada. "Que si ayer comiste pizza, que si hoy toca hamburguesa, no, porque ya tomaste anteayer, hoy toca pasta, y acuérdate de quemarla, ojo con la coca cola, mejor cero, o mejor diet, que es mas saludable, no, mejor agua, que no engorda, cuidado con el chocolate, toma verduras..." Una locura, como os he dicho. Al llegar aquí, sabía que sería un problema difícil de afrontar, pues soy fan de la comida basura. Pero le estoy cogiendo fobia. Uno echa de menos la comida española, el gazpacho de la abuela, las cervezitas en el bar de la esquina, las bravas del Tomás y los macarrones de la Maripepa. Y no solo lo digo por los gustos de mi paladar, sino también por los kilogramos que pueda ganar. Aquí mantener la forma es complicado. Comes mucho, comes mal. El poco deporte que hago, lo practico al atardecer, en unas canchas en las que el sol quema el caucho que hace arder la suela de mis botas. Es tal el calor que uno se marea. El sudor baña mi cuerpo a los 10 minutos de juego, y la hidratación no llega hasta una hora después. Pero esto son los US, y es parte de la cultura, así que más me vale adaptarme, dejar de llorar por las esquinas, americanizarme más, aceptar por compañía unas calorías, pasar de pajas mentales, disfrutar de esa comida y ya, en septiembre, cobrar la factura.

miércoles, 18 de julio de 2012

Rutina de oficina

Por fin. Había acabado ya mi trabajo en la construcción y aún no me lo creía. Sí, finito. Uno se sentía un hombre afortunado al vivir semejante experiencia: trabajar en un sector duro, aprender, conocer gente interesante y coger experiencia. Tenía esa sensación de haberme quitado una espina, de haber superado una prueba, de haberme superado a mí mismo (en serio!). Mientras volvía a casa por las highways de la Florida sentía la satisfacción del trabajo bien hecho, bien remunerado por cierto, y con un nuevo reto en el horizonte: el trabajo de oficina. El trabajo de oficina es bien simple, y bien complejo. Me han destinado a una oficina a 15 minutos de mi casa. 15 minutos. "Y a qué hora debo entrar? A las 9 está bien" Y así, en dos frases, mi horario ha cambiado completamente. Se acabó el madrugar americano para pasar al madrugar español. Se acabó eso de conducir más de una hora ida y dos de vuelta para conducir 15 simples y míseros minutos. Se acabó el mancharse de polvo y el cansancio físico, para pasar a un lugar con aire acondicionado y tranquilo. Se acabó el trabajar en diferentes habitaciones con la destornilladores, martillos, máquinas quita baldosas y sabe Dios que más; para trabajar en una mesa con ordenador. Pero toda rosa tiene sus espinas. Se te cae la baba cuando viene el manager y te pasa un PowerPoint de más de 100 caras y te dice que te lo estudies para tus nuevos proyectos. Casi me da un ataque de risa, un infarto o algo por el estilo. También aquí la gente tiene un inglés tan americanizado que a la tercera repetición consigo pillar má o menos lo que me intentan decir. También tiene sus pétalos: hay café gratis amansalva y desayuno prácticamente todos los días (dunkingdonuts de ese que va directo al flotador y otras mierdas que te hacen parecer a los modelos de "Adelgazar no cuesta"). Conversaciones con otros trabajadores que te cuentan los chismorreos de oficina. Colegas que te advierten quién parte el bacalao y quién es un portacafés (véase yo). E indicaciones sobre los mejores locales para el ansiado lunch. Este es mi cambio, un cambio de vida tan drástico como no sé si decir dramático, porque voy a estar 4 semanas encerrado en cuatro paredes que te observan medio dormidas tu día a día frente a tu ordenador sentado en una silla. Las horas un día pasan rápidas como el "drive-trough" del McDonalds, otras pasan lentas y parsimoniosas como los famosos atascos de la "rush hour". Y así me va. Veremos como evoluciona esta nueva rutina, esta rutina de oficina.

sábado, 14 de julio de 2012

Con un cowboy de compañero

Varón, entrado en los 40, de mediana estatura y rasgos marcados. Pelo castaño, con unas ligeras entradas. De complexión fuerte y atlética, tiene todo el cuerpo tatuado. Se llama Ron, y es cowboy. Sí sí, cowboy, como en las películas. Dicho personaje es mi compañero de construcción, al cual conocí hace ahora una semana y del cual hay mucho que escribir, y también micho que aprender (mi otro compañero me dijo un día "este es el con el tipo de tío que querrías tener al lado en la guerra). Y vaya si es cierto. Se me presentó un día que estaba limpiando una pared: entró en el cuarto sin camiseta, sacando a relucir su morena y sudada piel y sus llamativos tatuajes. La primera impresión fue respeto. Un respeto que se ha ganado a lo largo de los años. Un respeto encontrado en el campo de batalla en Irak, en Nicaragua y en Dios sabe donde. Ha luchado por su país, le han disparado hasta tres veces, y en ocasiones, según me cuenta, no puede dormir por las noches al recordar dichos tiempos. Vive solo, en el norte de Florida, en una granja de la cual se encarga. En ella domestica caballos salvajes (cuando tiene tiempo), cabalga por sus 20 acres y bebe cerveza. Mucha cerveza. Ron viste como un verdadero cowboy, también llamados "crackers": botas del estilo, jeans, camisa y un bonito sombrero típicos de las llanuras americanas. Masca tabaco y es grosero en su lenguaje (más o menos dice "fuck" o derivados cada tres palabras). Aunque siempre es educado y respetuoso con los demás, "siempre y cuando no me jodan" como dice él. He de mencionar también que desde pequeño ya estaba metido en el negocio de la construcción con su padre. También sabe arreglar barcos, es todo un experto, y tiene un negocio de pesca de cangrejos. Me dijo que fue a la universidad para estudiar ingeniería naval, pero como todo lo que explicaban ya lo sabía o lo explicaban mal, se fue y montó sus propios chanchullos. Y no le va mal. Ahora podréis pensar que se lo ha inventado y me lo he tragado como un pelele. Pero le pregunté a mi jefe y a otras fuentes y me lo confirmaron. Ron es un vaquero, un cowboy del oeste que monta a pelo su caballo, dirige manadas de vacas y es, ante todo, un patriota. Pd. Si detrás de cada persona que conozco me encuentro este panorama, os voy a aburrir a posts....

martes, 10 de julio de 2012

Una batalla dolorosa

A las 5.45 am sonaba el fatídico despertador. Sí, otro día más en el paraíso de Miami. Otro lunes para levantar el país. Otra jornada para disfrutar del sueño americano. La verdad es que no en defraudaría. Me dirigí al norte como cualquier día y no había novedad alguna: seguir trabajando en el piso, de oficio paleta y a cortar baldosas. Los cortes debían ser perfectos, ajustados a los bordes de las paredes, con exactitud y simetría, sin fisuras. Un trabajo del cual te sientes orgulloso y miras con agrado y complacencia una vez finalizado. Después de dos horas, había terminado el primero de mis cometidos. Pero aún quedaban, y mucho más de lo que pensaba. El "boss" me comunicó que estaría solo con mi soledad y mis queridas y amads baldosas las próximas horas, pues necesitaba ausentarse, y me indicó mis próximos proyectos: quitar las baldosas que ya se habían colocado por equivocación, limpiarlo todo, poner el famoso y temible "glue" (que depila todo y más) y aplicar encima una ligera capa de corcho. Vamos, una chorrada comparado con todo lo que había hecho hasta el momento (quiero que se note la ironía). Así que me puse manos a la obra: ritmo alto, música de tranquis y un suelo duro que levantar. Pero lo peor estaba por llegar. Eran las 4 pm cuando, para mi desgracia, un trozo de baldosa saltó a mi ojo, buscó un lugar confortable y se aposentó en lo hondo de mi visión. Paré mi obra maestra y me dediqué a quitarme a ese inesperado inquilino. Por mi cabeza pasaban cientos de maldiciones, millares de suspiros. Y mientras frotaba mi ojo con mis sucias manos, picaba más y más. "No deberías haberte frotado con las manos sucias" pensaréis para vuestros adentros más de uno. Realmente no, pero madre mía, cómo escocía la maldita. Así que, no termine mi trabajo como deseaba y tampoco desalojé a mi nueva amiga, más bien, la invité a la suite presidencial. Llegó mi jefe y vio que no había terminado, que mi obra me había vencido y que tendría que volver al día siguiente a intentarlo de nuevo. Me acercó a mi coche y allí volvió la tortura. Después de 45 minutos de lucha fratricida, me di un respiro, conduje hasta mi casa intentando recuperar fuerzas para lo que me esperaba y, con mucho pesar, llegué. Parecía un soldado derrotado, derrotado por una mísera y asquerosa pizca de baldosa. Parece cómico, pero no tenía nada de gracia. Me acosté nada más llegar, eso sí, después de media hora de limpieza óptica en mi ducha, aunque sin dar resultado. La batalla había finalizado, pero no la guerra. Me había dado por vencido. Había sido derrotado. David había vencido a Goliat. A la mañana siguiente, volví al trabajo tras una noche de represiones y molestias, y era tal el picor que hicé la bandera blanca y me dirigí al médico. Diagnóstico: infección en el ojo derecho (lo demás no lo entiendo, un ingles demasiado profundo) Causa: rozamiento con material infectado a causa de frotar con las manos. Solución: aplicar una dosis de gotas dos veces al día. Me he tomado el día libre. No hace falta decir nada más...

domingo, 8 de julio de 2012

Ser paleta no está tan mal

Después de leer ciertos comentarios, voy a dedicar este post a describir mi vida como paleta. Sí, soy paleta, por dos semanas, pero paleta. Hay gente que sabe a lo que me refiero cuando realizo esta afirmación, otros, no tienen ni la más remota idea. Así pues, uno se despierta temprano ya que hay que levantar al país, madrugando pues me queda un largo trayecto en coche, de unos 60-90 minutos. A las 6.30 sale uno de casa, pasa por el Burguer King y se detiene para consumir su café medium, sin azúcar ni cremas, que me han dicho que engordan. Si no hay tráfico, soy afortunado; si hay, pues lo que tiene y a esperar. Una vez llego a mi destino, me recogen y entramos en el recinto de la construcción: un mero piso, patas arriba, y lleno de herramientas y utensilios de construcción. Tengo dos pisos donde trabajar y hay uno que no tiene aire acondicionado y solo con moverte ya estás empapado y todo el polvo se adhiere al cuerpo. En ese sitio juego con ventaja, estoy acostumbrado por el coche. Se me hace extraño estar trabajando desde las 8.30 de la mañana. Pero, ¿qué haces exactamente? Os preguntareis... Pues gran variedad de cosas. No tengo un trabajo fijo, así que cada día cambio mi tarea. Un día fue mover muebles y acondicionar el lugar de trabajo, otro fue cambiar el suelo. Eso fue realmente duro, pues hay que quitar el suelo anterior (el material), poner pegamento ultramegasuper pegajoso (descubrí una nueva manera de depilarme las manos y los brazos, no muy recomendable, la verdad) y después poner trozos de madera con una secuencia determinada. Otro día fue pintar, algo simple, pero que estuve todo la jornada dándole al rodillo. En otra ocasión, me tocó coger una máquina y destruir baldosas. Al principio, como casi todo, parece divertido, pero cuando llevas 2 horas, cubierto de polvo, con el pelo fijado por la mierda, la barba blanca y las manos destrozadas, ya no es tan divertido. Por último, aprendí a poner baldosas. Bueno, en realidad yo realizaba los cortes necesarios para estas. Lo que pasó fue que tenía que cortarlas con una máquina y no sabía cómo hacerlo. Me llevó una hora aprender. Y lo curioso es que esta máquina escupe agua a la cara y al cuerpo (la he bautizado como "la Escupidora") y acabé haciendo los tallos sin camiseta y con todo el cuerpo manchado de agua de baldosa. Hay días que trabajas sin parar desde las 8.30 hasta las 16.30, depende del break para el lunch, y con calor, sueño y cansancio al no estar habituado. Tengo un compañero que sigue al pie de la letras eso de "sin prisa pero sin pausa", y la verdad es que tiene mucha razón. Pero la compañía está genial: expertos en la materia, zorros viejos de la construcción de los cuales uno aprende todo lo necesario para llevar a cabo tus cometidos, y me parece una profesión muy interesante (ya sabéis a quien avisar para hacer obras) y estoy aprendiendo parte del negocio de los números y no está mal pagado, o eso creo. Y es que, después de todo, ser paleta no está tan mal

miércoles, 4 de julio de 2012

Un 4 de julio cualquiera

Un día esperado. Un día ansiado. Un día amado por todo aquel que lleva sangre americana en sus venas. El día en el que los americanos celebran su independencia. Algo memorable. No era mi primer 4 de julio en USA, pero es uno de esos días que tiene algo. Si no eres americano, te das cuenta que no es cualquier día, pues, además de ser festivo, todos sacan a relucir sus banderas nacionales. Todos. Y cuando digo todos, es todos: casas, coches, universidades, tiendas, malls, restaurantes, garitas de vigilancia, el coche de los helados, el repartidor de periódicos... Un ferviente acto de patriotismo que en España llamarían "facha". Pero no quiero entrar en política. Resulta que me propusieron ir en canoas o ir en bicicleta. Sin pensármelo opté por las bicis. Así nos dispusimos a partir. Día soleado, viento cálido en la cara, humedad intensa. Otro día en el paraíso de Miami. Después de adentrarnos en el oeste, llegamos a un parque. Una ciénaga donde decían que Ponce de León fue en busca de la fuente de la juventud. Ahí quería llegar yo. Descargamos nuestras bicis en la reserva natural y empezamos a pedalear. Para mi sorpresa, a los 2 minutos, cocodrilo al canto. La madre que me parió! Y mis compañeros tan tranquilos. Un cocodrilo a 3 metros y como si nada. No sería el último que vería, para mi desgracia. Un compañero me preguntó si me habían picado dos mosquitos en la garganta... Por suerte, era todo plano, sin compliciones para todo un experto. Pero no contaba con el triple factor "calor-peso-mosquito", una combinación matadora donde las haya, que hace realentizar tus movimientos y maldecir a aquel que te dio la oportunidad de disfrutar de esos buenos momentos. Pero al final, después de sudar y perder como mínimo 3 kilos, llegué a mi destino. Parecía que no llegaría, pero todo llega. La ansiada fuente de agua caliente me esperaba. No era la de la juventud, pero agua era. Después de esa excursión tremendamente dura, me dirigí a celebrar el 4 de julio como se merecía la ocasión: a un buen restaurante español, sin cerveza, pero con un filete...

lunes, 2 de julio de 2012

Pim pam pum

Me encontraba yo aún en éxtasis gracias al triunfo de la Roja que viví rodeado de españoles, en un ambiente cálido y alegre (no tanto como en España, que eso es envidiable), cuando mi mánager de la construcción de llama y me dice que mañana no tenía que estar a las 8 en el trabajo (al cual son 90 minutos en coche) sino a las 10. Se me alegró la cara al instante al saber que dormiría dos horas más. Pero eso no era todo. Al cabo de una hora me llega un SMS diciendo que mejor a las 11-12. Más contento aún. Y esta mañana, me llama y me dice que no hace falta que vaya. Vámonos! Abro el Facebook y me encuentro que Japy, un colega que trabaja en Miami Beach, me dice que tiene el día libre, que si quiero hacer algún plan. Pues a la playa chato. Y así, en un pim pam pum me planto en medio de Miami Beach con mi Ford, mi camiseta de España XA14 haciendo honor a la madre Patria y unas ganas inmensas de darme un chapuzón. La verdad es que no defraudó. El agua estaba en su punto, simplemente refrescante. Unas risas con Japy, un moreno que coge intensidad (he de dar envidia con algo, no?) y un MaDonalds para seguir ganando peso, que me hace falta. He de decir que me ha llamado mucho la atención la atención la pasta que hay oír esa zona. Esquina que tuerces, Ferrari que gira. Acojonante. Y también hay mucha yurri suelta, pero, como dice un amigo mío, "el tiempo pone a cada puta en su esquina". No pega en el contexto, pero simplemente me apetecía decirlo... Jeje Así es como se aprovechan los días libres en Miami, no hay muchos pero son lo suficientemente agradables y tranquilos como para relajarte y olvidarte de las preocupaciones que hay y que faltan por venir. Por cierto, próxima parada: 4 de julio, día de la independencia americana. La vamos a liar parda, o eso espero...