martes, 10 de julio de 2012
Una batalla dolorosa
A las 5.45 am sonaba el fatídico despertador. Sí, otro día más en el paraíso de Miami. Otro lunes para levantar el país. Otra jornada para disfrutar del sueño americano. La verdad es que no en defraudaría. Me dirigí al norte como cualquier día y no había novedad alguna: seguir trabajando en el piso, de oficio paleta y a cortar baldosas. Los cortes debían ser perfectos, ajustados a los bordes de las paredes, con exactitud y simetría, sin fisuras. Un trabajo del cual te sientes orgulloso y miras con agrado y complacencia una vez finalizado. Después de dos horas, había terminado el primero de mis cometidos. Pero aún quedaban, y mucho más de lo que pensaba. El "boss" me comunicó que estaría solo con mi soledad y mis queridas y amads baldosas las próximas horas, pues necesitaba ausentarse, y me indicó mis próximos proyectos: quitar las baldosas que ya se habían colocado por equivocación, limpiarlo todo, poner el famoso y temible "glue" (que depila todo y más) y aplicar encima una ligera capa de corcho. Vamos, una chorrada comparado con todo lo que había hecho hasta el momento (quiero que se note la ironía). Así que me puse manos a la obra: ritmo alto, música de tranquis y un suelo duro que levantar. Pero lo peor estaba por llegar. Eran las 4 pm cuando, para mi desgracia, un trozo de baldosa saltó a mi ojo, buscó un lugar confortable y se aposentó en lo hondo de mi visión. Paré mi obra maestra y me dediqué a quitarme a ese inesperado inquilino. Por mi cabeza pasaban cientos de maldiciones, millares de suspiros. Y mientras frotaba mi ojo con mis sucias manos, picaba más y más. "No deberías haberte frotado con las manos sucias" pensaréis para vuestros adentros más de uno. Realmente no, pero madre mía, cómo escocía la maldita. Así que, no termine mi trabajo como deseaba y tampoco desalojé a mi nueva amiga, más bien, la invité a la suite presidencial. Llegó mi jefe y vio que no había terminado, que mi obra me había vencido y que tendría que volver al día siguiente a intentarlo de nuevo. Me acercó a mi coche y allí volvió la tortura. Después de 45 minutos de lucha fratricida, me di un respiro, conduje hasta mi casa intentando recuperar fuerzas para lo que me esperaba y, con mucho pesar, llegué. Parecía un soldado derrotado, derrotado por una mísera y asquerosa pizca de baldosa. Parece cómico, pero no tenía nada de gracia. Me acosté nada más llegar, eso sí, después de media hora de limpieza óptica en mi ducha, aunque sin dar resultado. La batalla había finalizado, pero no la guerra. Me había dado por vencido. Había sido derrotado. David había vencido a Goliat.
A la mañana siguiente, volví al trabajo tras una noche de represiones y molestias, y era tal el picor que hicé la bandera blanca y me dirigí al médico.
Diagnóstico: infección en el ojo derecho (lo demás no lo entiendo, un ingles demasiado profundo)
Causa: rozamiento con material infectado a causa de frotar con las manos.
Solución: aplicar una dosis de gotas dos veces al día.
Me he tomado el día libre.
No hace falta decir nada más...
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
¿Es verdad que te has transformado en un cíclope monoocular?
ResponderEliminarAún estoy en la metamorfosis...
ResponderEliminar