Después de la rutina del trabajo, de cansar a tus ojos con pantallas electrónicas y de estar sentado durante una jornada laboral, llega la noche. Llega con parsimonia, sin prisa, como un susurro, como el fugaz destello que trae la ligera brisa nocturna al acostar al sol. Las personas vuelven a sus hogares después de otro día de trabajo. Las highways muestran su plenitud y esplendor al compás de la circulación de los autos con distintos destinos. Pero no todos se dirigen a reposar en sus casas. Gentes de todas las edades se dirigen hacia la zona más ociosa y concurrida de Miami al anochecer: Miami Beach.
Miami Beach está ubicada al este del famoso Downtown, cuyas calles durante el día están abarrotadas e inundadas de empresarios con prisa y funcionarios de corbata, pero que por las noches languidecen en el olvido y dejan todo el protagonismo a su hermana pequeña, Miami Beach. Al entrar en la isla, después de cruzar uno de sus puentes, uno es inducido a una ciudad distinta: casas millonarias frente a tiendas baratas, McDonalds desafiando a restaurantes de lujo, chiringuitos playeros retan a los bares costeros. Dualidades por doquier. Famosos lucen coches de alta gama, ciudadanos se hacen notar por el estruendoso sonido de sus buffles; turistas derrochan dinero en las terrazas más cotizadas, mendigos claman limosna y compasión en las esquinas.
Toda la atención reside en la calle magna por excelencia de la isla, donde se concentra toda la actividad ociosa, donde se respiran habanos y se beben las más exóticas bebidas, Lincoln Road. Parecida a las Ramblas de Barcelona, unos realizan su paseo familiar nocturno después de cenar, otros prefieren buscar el bar ideal para tomar unas copas, aventurarse en alguna terraza en busca de conversación o dejarse guiar por la música del local. La playa abre sus brazos a todo aquel que busque paz en medio del barullo. Infinitud de personas desfilan por esa calle: cubanos guitarra en mano haciendo resaltar su voz por encima del sonido ambiente, familias extranjeras helado en mano, jóvenes que persiguen problemas, locura y diversión; mujeres en busca de dinero fácil, homeless que amanecen buscando su propia identidad, carteristas que muestran sus habilidades y alegres estatuas humanas que en todo su conjunto dan ese ambiente característico de Miami. El negocio está servido en esa calle, donde el dinero empapa los locales y lleva a sus inversores a parar el tiempo por unas horas, a tomarse un respiro de la aburrida rutina, a soñar con ese momento el resto de la semana. Mientras, otros, con menos poder adquisitivo, decidimos buscar un lugar apartado del gentío, una casa en el camino, un sitio donde degustar un magnífico ron mientras disfrutas del agua templada de la piscina, una buena compañía y un clima que hace que no quieras ver amanecer, pero que inevitablemente debe llegar y te hace tomar la dura decisión de volver a casa, ya que, mañana, hay que trabajar.
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